El día de nuestra boda

Realmente decidí casarme para poder salir con pelo en las fotos de un acontecimiento tan importante. Esta es la broma que le doy a ella cuando me recuerda ese día. En realidad deseaba dar ese paso desde las primeras semanas de nuestra relación; creo que ella pensaba lo mismo, pues la segunda vez que nos vimos le dije mis apellidos y le pregunté por los suyos. Al decirme Benítez, le comenté que mis sobrinos eran Benítez, y quizás fueran familiares suyos. Después de ver que no, dijo pensando en voz alta:

—Entonces son Benítez Moreno, que casualidad, al revés que los nuestros. —Sonreí pícaramente y ella se ruborizó. Desde ese momento lo tuve del todo claro, iba a compartir mi vida con ella.

Pero la boda tuvo que esperar, y después de 7 años y 4 meses llegó el día. Ella tenía que hacer muchos preparativos: los retoques de última hora del traje, peinarse, maquillarse, dar el visto bueno a las flores y mil cosas más. Mientras yo, que me aburría, llamaba a mi futura suegra, que estaba histérica, y bromeaba diciéndole que el sinvergüenza del novio no se iba a presentar. Gracias a que mi voz es inconfundible, a la buena mujer no le dio un patatús.

Pero cuando llegó el momento de entrar a la iglesia. La novia iba segura y radiante, mientras que yo era ahora el nervioso; tanto fue así, que cuando tocaba decir unas palabras después de sí quiero, me quedé en blanco y ante la indicación del cura para que siguiera según el guión, dije:

—¡Que sí! ¡Que sí quiero! —Mientras los presentes soltaban al unísono una sonora carcajada.

El cura, al finalizar la ceremonia, después de emplear la fórmula de rigor añadió:

—Y en tu caso ha quedado claro que la quieres, pues lo has dicho dos veces. —Volviendo a arrancar las carcajadas de los asistentes.

Hace algunos años volvimos a ver a Don José en la catedral de santa Ana, nos acercamos a saludarlo; pero no se acordaba de nosotros y mucho menos de nuestra boda, estaba aquejado de la enfermedad del olvido.

Cuando abandonábamos el templo le comente a mi señora:

—Puesto que el cura que nos casó, ya no recuerda nuestra boda, igual no estamos realmente casados, ¿no? —Todavía tengo clavada la mirada que me lanzó.

Foto: Día D y hora H.

El día de nuestra boda - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez