El mechón de pelo

Contado por el conductor

Antes de que se abriera el túnel de Luengo, para entrar a Las Palmas desde el norte, se hacía por las calles Secretario Padilla o Castillejos. Yo prefería la primera porque no tenía muchos semáforos. Precisamente el único que tenía esa ruta era al final de la calle, cuando se cruzaba con la Olof Palme.

Esta zona era frecuentada de noche por travestis y prostitutas. Pero a la hora que yo pasaba, normalmente no había actividad. Ese día había un travesti rezagado, que al parecer no había obtenido el dinero suficiente, para chutarse y quitarse el mono que llevaba.

Aprovechando que el semáforo estaba en rojo, se acercó al coche e intentó abrirme la puerta. Como tenía el seguro echado no pudo. Entonces metió la cabeza por el hueco del cristal de la puerta derecha, que por despiste tenía semiabierto.

Apenas entendía lo que me dijo, pero estaba claro que me ofrecía sus servicios, porque por debajo de la minifalda le asomaba parte de su pene, y se estaba estrujando los pechos con ambas manos.

Me apresuré a darle a la manivela para cerrar la ventanilla, y como el semáforo se puso en verde arranqué. Noté que el travesti seguía pegado al coche unos metros más, insistiendo en su ofrecimiento, o eso creí yo. Aceleré con cuidado de no atropellarlo y finalmente se apartó del coche, en ese momento pude ver por el espejo retrovisor que seguía haciendo aspavientos.

Al llegar al destino pude comprobar que colgando por fuera de la puerta, atrapado por el cristal, había un mechón de pelo rubio. Entonces me di cuenta por qué aquel individuo no se separaba del coche, y seguía enfurecido cuando me alejaba.

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Contado por la víctima

Durante mucho tiempo ejercí la prostitución en la zona de Las Canteras. Ser un transexual es muy caro: hormonas, cirugía estética, maquillaje, peluquería y ahora enganchada a la droga.

Aquella noche no se me había dado bien y debía conseguir algún dinero antes de que amaneciera. Aproveché que el semáforo se había puesto en rojo para acercarme a un panda que tenía la ventanilla abierta. Entonces me insinué subiéndome la estrecha falda, sacando y masajeándome los pechos inclinada hacia adelante e introduciendo la cabeza en el coche. El sorprendido conductor se asustó y se apresuró a subir el cristal, solo tuve tiempo de apartar las manos y sacar la cabeza; pero noté que algo me impedía separarme del coche. El pelo se me había quedado atrapado al elevar la luna.

Estaba intentando liberarme desesperadamente, mientras que el conductor, al ver mi cara desencajada, se asustó más todavía y aprovechando que el semáforo pasó a verde, arrancó quemando rueda. Yo seguía atrapada y dando trompicones, a punto de perder el equilibrio y ser arrastrada por el asfalto o quedar atrapada bajo las ruedas del coche.

Entonces tiré con todas mis fuerzas y sentí un fuerte dolor en la cabeza mientras caía de culo sobre la calzada. En sangre caliente me levanté rápidamente y traté de alcanzarlo, pero solo pude gritarle la maldición: «Ojalá pierdas todo el pelo». Solo me consolaba imaginar la cara que se le pondría, cuando tuviera que darle explicaciones a su mujer sobre el mechón rubio que colgaba del cristal.

© Rito Santiago Moreno Rodríguez