El síndrome

Todo había empezado aquel día de paseo desde Majadilla hasta Hoya de Pineda siguiendo el cauce del barranco de Anzofé.  Una vez pasada la ermita de San Marcos, a la altura de la mareta de los ríos había un pozo abandonado por emanar gases venenosos según le conto su madre, y  por el que siempre se había sentido atraído. Quizás ese sería el momento más adecuado para atreverse. Cuando se acercó al borde vio decepcionado que apenas tenía una profundidad de tres metros y estaba totalmente seco. Entonces decidió regresar a la carretera y continuar el camino, no sin antes parar a darse un atracón de tunos indios.

Cuando llegó a la casa de Samsó por donde proseguía el camino al barrio de Anzo continuó por el cauce del barranco mucho más frondoso en este tramo. De pronto se vio al borde de un pozo abandonado cubierto con unos tablones carcomidos. De no haber sido advertido por el ruido del agua corriendo por sus galerías hubiese caído dentro. Entonces decidió seguir los senderos creados por el caminar durante años de los agricultores y pastores, abandonando el fondo del barranco.

Justo antes de tomar el sendero vio un objeto oscuro y brillante, al principio pensó que era plástico; pero le extrañó que fuese tan brillante y pensó que podría ser un trozo de vidrio verde oscuro de culo de botella erosionado por décadas de intemperie. Cuando se acercó vio que era totalmente opaco y al cogerlo pudo percibir que era mucho más denso que el vidrio. Entonces se lo acercó a la boca y lo golpeó contra los dientes determinando que se trataba de un mineral, probablemente de origen volcánico. Decidió guardar el objeto en el bolsillo y continuar su camino.

Antes de llegar al palmeral, en lo más profundo del barranco junto al manantial, hizo una parada en un estanque en ruinas. Al acercarse al borde y mirar al interior no daba crédito a aquel maravilloso espectáculo. Parecía que un jardín canario en miniatura había crecido dentro: Veroles, tabaibas, cardones, tajinastes blancos, retamas. Sintió tanta paz y como ya había salido el sol decidió tumbarse desnudo sobre el lecho de líquenes en el muro del estanque quedándose adormecido. De pronto se levantó un poco de viento que lo despertó y pudo ver como desde la ladera de enfrente lo observaba con deseo una viuda sofocada. Sin prestarle atención, se vistió rápidamente y emprendió el camino hasta su oasis.

Después de bañarse se sentó sobre una piedra a secarse mientras veía como las alpispas y gorriones volvían a tomar posesión del espacio usurpado. Cuando casi estaba seco observó como por sus piernas subía un ejército de garrapatas. Se las sacudió rápidamente y se vistió emprendiendo el regreso, no sin antes cortar un ramo de Lirios blancos, que al llegar a casa su madre persignándose le mandó a tirar antes de entrar diciendo:

—Como se te ocurre traer esas flores del diablo que dan mala suerte.

Esa misma tarde empezó a sentirse mal, todas las noches le daba fiebre que se le bajaba por la mañana y le volvía al atardecer. Como no se le quitaba fue al médico que empezó a hacerle pruebas sin encontrar la causa: Le revisaron todos los huecos y pliegues del cuerpo en busca de alguna garrapata; Le analizaron la sangre y los pulmones buscando algún daño producido por gases venenosos emanados por el pozo abandonado; mandaron analizar la piedra por si era parte de un meteorito radioactivo. Los médicos no sabían cuál era su enfermedad y la bautizaron con su nombre.

El año en que lo desahuciaron vivió en los sitios más extraños que puedas imaginar. Hospitales en Los Alpes; hoteles  que ofrecían: flotar en las aguas del mar muerto, baños de barro en el delta del Nilo, meditación en un templo tibetano…

Pero nada le producía mejoría, se pasaba las noches tiritando por la fiebre. Hasta que un día desesperado decidió ceder y creer en las tradiciones de sus antepasados y fue a que la curandera de su barrio lo santiguara para quitarse el mal de ojo. Y es que la mirada de odio de una mujer despechada puede hacer tambalearse a cualquier hombre.

Foto: Portada del libro Prácticas y creencias de una santiguadora canaria; Trozo de meteorito.

El síndrome - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez