El vigía del acantilado

Nuestro drago nació allí, hijo de ninguna parte; creció en aquel escarpado risco huyendo de sus enemigas las cabras. Estas habían devorado a sus hermanos cuando aún eran retoños vulnerables; los consideraban manjares exquisitos. Los de su especie se veían cada vez más relegados a lejanos reductos.

Atrás quedaron aquellos tiempos en que crecían en las llanuras costeras donde las naves que pretendían arribar al jardín de Las Hespérides confundían sus siluetas con dragones.

Pero sus tierras fueron invadidas por hordas vegetales enemigas: los calentones o galanes y los rabos de gato, que fueron ayudadas por su vecina oportunista, la vinagrera.

Con frecuencia se enfrentan a desprendimientos de rocas y temporales de viento que ha ocasionado la muerte de algunos de sus congéneres. Hoy, de aquellos dragos, solo sobreviven en libertad algunos majestuosos ejemplares.

el vigía del acantilado - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez