Hola, soy Rito, y soy enfermo crónico

Cuando empezó a caérseme el pelo, hace ya más de veinticinco años, decidí visitar a un dermatólogo. En la fachada del edificio había un cartel donde se indicaba que se trataba de un especialista en dermatología y enfermedades venéreas. Como iba con mi mujer, miré a ambos lados de la calle antes de entrar, no sea que nos viese alguien y llegara a erróneas conclusiones. Digo mujer aunque tal vez, en ese entonces éramos novios, pues para nosotros el paso de la soltería al matrimonio fue tan natural, que es difícil de determinar el momento exacto en que terminó una etapa y empezó la siguiente.

Pero a lo que íbamos, el buen doctor, después de examinarme, tuvo a bien explicarme que las tres enfermedades de la piel que tenía eran afecciones crónicas: Alopecia, psoriasis y vitíligo, o como me gusta llamarlas, manchas de melancolía. Llamarlas crónica no deja de ser una forma eufemística de decir que no te vas a morir, pero que es incurable. Como remate añadió que mi caso era digno de exponerlo en clase a sus alumnos, pues yo era una enciclopedia andante de dermatología. Una vez concluida la consulta, lo más que me impactó fue cuando a la salida la enfermera me indicó el importe de la consulta.

Tengo que reconocer que gracias a ese doctor, decidí no preocuparme por estas afecciones, pues cuanta más atención le prestas, más se hacen notar. Suelo aplicar la teoría de la guapa vecina de Jack Lemmon y Walter Matthau en la película La extraña pareja. Esta sostenía que en aquel viejo edificio en que habitaban, lo debían hacer en armonía con sus vecinas las cucarachas, pues cualquier intento de acabar con ellas a base de potentes insecticidas en uno de los apartamentos, las hacia irrumpir violentamente en los otros. 

Algo muy diferente fue cuando me diagnosticaron la diabetes, yo ya había visto los efectos devastadores que esta enfermedad había causado en el frágil cuerpo de mi madre. Aun así cuando el endocrinólogo, tratando de concienciarme, me enumeraba todas las complicaciones que me podía acarrear una diabetes mal controlada, no me lo empecé a tomar del todo en serio, hasta que me dijo que una de ellas podría ser la disfunción eréctil, entonces abrí los ojos como platos y le pedí que lo repitiera desde un principio.

Actualmente, me inyecto insulina cuatro veces al día y en ocasiones me analizo diariamente otras tantas. Aun controlándome, sé que la enfermedad sigue penetrando y dejando su huella en todos mis órganos.

Trato de tomármelo con humor y mucha tranquilidad pues el estrés es el  principal hábito  tóxico que alimenta a estas enfermedades. Alguna vez he llegado a decir en broma que la única diferencia entre un informe médico mío y un certificado de defunción es que aún tengo pulso.

Hace mucho tiempo que tengo asumido, que debemos vivir intensamente y con alegría, pues la vida no es más que una enfermedad crónica que se alivia cuando reímos y se cura cuando nos morimos.

Hola, soy Rito, y soy enfermo crónico - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez