Le debo visita

Esta frase se la oía a mi madre cuando le decían que a una de sus amigas se le había muerto un pariente, estaba enferma o se le iba a casar una hija. Para estos acontecimientos mi madre me pedía que la acompañara, porque yo no solía ser muy revoltoso y le ayudaba a llevar las viandas de regalo. Estas solían ser:  Una libra de chocolate y una lata o dos botellas de aceite; dos kilos de azúcar y un paquete de café;  una caja de galletas y una latita redonda de caramelos Quality Street, o una botella de quina de San Clemente si la visita era a un enfermo.

Las más aburridas eran las de duelos, yo prefería ir a las de celebración, sobre todo las de boda, porque habían dulces: Bollos, polvorones de manteca envueltos en papel fino de colores, lengüillas, suspiros, y mis preferidas: las galletas churreras. Para rematar nos servían un gran vaso de clípper de naranja.

Pero antes, la novia recogía su regalo, lo colocaba en el suelo de la habitación que había desalojado para usarla de escaparate de su ajuar. Luego le tocaba el regalo de las mencionadas viandas a la madre.

Recuerdo que cuando se fueron a casar mis hermanas, algunas visitas venían más de tres veces, la primera a ver lo que le faltaba, la segunda para traerle el regalo y luego hasta dos veces más para hacer inventario del menaje completo antes de recoger.

Los días antes de la boda la habitación estaba repleta. En una esquina una columna de tabletas de chocolate, la mayoría de guisar. Pero algunos con leche, o de almendras, que tanto mi hermano Pablo como yo teníamos perfectamente localizadas.

Normalmente era yo el encargado de abrirla —el que tiene chiquillos no pasa vergüenza— y lo comíamos entre los dos trocito a trocito. Luego colocábamos cuidadosamente la tableta en medio de la columna, hasta que mi madre terminó por descubrirnos. Ahora estoy seguro que lo mejor para no ser pillado hubiese sido comérnosla entera y tirar el envoltorio. Una para saber y otra para aprender.

Pero luego llegaron las listas de boda y las cuentas corrientes, y todo cambió.

Le debo visita - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez