A pedrada limpia
Entre los juegos con que matábamos el tiempo estaba el de la cerrera. Nos pertrechábamos de bolas de barro, que alguno con mala leche mezclaba con los cagajones de la burra de Santiago.
Al grito de: ¡A la cerrera! Empezábamos a dispararnos proyectiles. Solo parábamos cuando pasaba una persona mayor o cuando se acababa nuestras municiones y teníamos que recuperarlas entre las que nuestros contrincantes nos habían lanzado previamente.
Cuando la cosa iba a mayores y se recrudecía la batalla, empleábamos piedras. Como Majadilla se asienta sobre un suelo de picón, había muchas piedras de este material. Éstas eran menos dolorosas que las piedras vivas, que eran de basalto.
Alguna vez, más de uno terminó con alguna pedrada en la cabeza, camino de casa para que nos bajasen el chichón con una moneda de 10 duros o con el cabo de la cuchara. Normalmente solía doler más el apretón que la propia pedrada. Cuando recibías una o tu cabeza golpeaba el suelo con fuerza, percibía una sensación parecida al olor, que se produce cuando empieza a llover sobre un suelo de cemento y se levanta ese polvillo.
Otras veces probábamos nuestra puntería colocando varios cacharros en fila y lanzándole piedras por turnos. Las piedras que permitían tener más precisión eran las piedras vivas lisas y con los bordes redondeados en forma de platillo volante.
Pero para no fallar era necesario el toque mágico, impregnar de saliva el filo que quedaba por la parte delantera antes de lanzarla.
Uno de los que más puntería tenía, a pesar de ser el más pequeño, era Víctor Quesada. Recuerdo una vez que mi hermano Pablo, que era aficionado a la lucha, se agarró en una brega Con José Manuel. Como no tenían marcado el terrero empezaron a luchar por todo el llano hasta que llegaron a la ladera y cayeron dando vueltas pendiente abajo.
Víctor pensó que estaban peleando de veras y fue a defender a su hermano mayor. Cogió una piedra y la lanzó con tanta fuerza y precisión, que le abrió una coneja al mío. Cada mes y medio, cuando se corta el pelo, vuelve a recordar el acontecimiento.
Foto: Víctor y una coneja.