Amigos de nacimiento
Como dice Manolo, un amigo de nacimiento es el que vive en tu mismo barrio, tiene una edad aproximadamente igual a la tuya, y con el que conservas una amistad incluso desde antes de que te conocieras a ti mismo.
Pero el caso de Luis es algo particular. De él tengo clara consciencia de cuando lo conocí. Estábamos jugando en la calle los de siempre: Manolo, Paco Monzón y yo haciendo cuevas en un montón de arena que había sobre la acera entre las casas de Sinforianita y Magdalenita. Normalmente la solían tapar con sacos humedecidos que inmovilizaban con bloques o trozos de cantos para que el viento no la esparciera. Pero no sé por qué, ésta estaba descubierta y se estaba secando en la superficie. De cualquier manera debajo estaba húmeda y apelmazada, por lo que podíamos cavar las cuevas.
Entonces llegó Luis, y sin mediar palabra, se subió a la montañilla de arena y nos hundió las cuevas. Se fue a su casa y trajo un cinto viejo, y me dijo que ahora íbamos a jugar a los vaqueros. Él sería el vaquero y yo el caballo. Sin esperar respuesta me puso el cinto alrededor del cuello, tiró con fuerza y empezó a cabalgarme. Como me estaba ahogando saque fuerza de no sé dónde y me libré de él que cayó al suelo. De un salto se puso en pie y me arrojó un puñado de arena a los ojos. Como pude me fui llorando a casa donde me atendieron. No recuerdo exactamente la edad que tendría pero pienso que no tenía aún los tres años porque no estaba yendo a la escuela todavía.
Ese era Luis en su más pura esencia, un niño muy inquieto. La madre no dejaba de recibir quejas de su comportamiento. Y es que él, como muchos hijos únicos, no sabía jugar en grupo. Pero con el tiempo fue cambiando y se convirtió en una de las personas más serviciales del barrio. Siempre estaba dispuesto a echarte una mano.
Recuerdo una vez que estábamos Paco y yo hablando apoyados en el muro de la mareta de Panchito Reyes y con la mirada perdida en algún punto de ésta. Paco no hacía más que quitarse las gafas y juguetear con ellas porque eran nuevas y aún no se había adaptado del todo a llevarlas. En un momento determinado vi algo en la mareta y le di un codazo a Paco para captar su atención. Con tan mala suerte que las gafas fueron a tener al fondo del estanque. Juro que sólo pensé en lo que diría Rosaliita, primero el golpe en la nariz y ahora esto.
Entonces, se nos ocurrió llamar a Luis que era un buen nadador a ver si las podía recuperar. Luis como siempre estuvo dispuesto a ayudarnos. Fue a su casa y trajo unas gafas y un tubo. Pero el agua estaba tan turbia debido a las algas y el lodo que aún con gafas apenas se veía. Cada vez que se sumergía, el agua se enturbiaba más. Ya habíamos perdido la esperanza cuando emergió Luis agitando las gafas en el aire.
A pesar de que estábamos rodeados de estanques fue una de las únicas ocasiones que vi a alguien bañarse en uno de ellos. La otra vez fue cuando mi padre, durante una de sus chispas, se lanzó en calzoncillos a la mareta chica de don Jesús, pero esa es otra historia.
Foto: Monturrio de arena y joven buceando a pulmón.