Batalla cotidiana

Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí; no solo la galleta Cuétara con esa forma, sino el vaso de leche casi lleno. La pequeña dictadora sabía que tarde o temprano su madre cedería. Con el primer cabezazo supo que había ganado, solo tuvo que esperar al segundo para abandonar la cocina sigilosamente.

Al despertar, la madre comprendió que un día más, había perdido otra batalla, en esa guerra; pero no perdía la esperanza de ganarla al día siguiente, tal y como lo venía intentando en los mil y un desayunos anteriores, desde el dichoso día que dejó de darle el pecho.

Las batallas cotidianas - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez