El Barranco

El barranco era mi zona de juegos, mi gimnasio y campo de entrenamiento particular.

Mi imaginación viajaba mientras acarreaba los rolos de las plataneras, la hierba guinea o los brotes de caña para los becerros que tenía mi padre en la gañanía de Samsó.

Recuerdo que una vez, mientras cargaba un rolo, oí un chillido muy agudo, lo descargué y apartando una tira media seca del tallo descubrí una cría de peringuel o perenquén aplastado. A partir de ese momento siento una inexplicable aversión por este reptil.

Cerca de allí había un terreno totalmente virgen, al que llamábamos El Lomo, donde solo crecían tabaibas y aulagas. Esparcidos por él había restos de caracoles o chuchangas, que a mí se me antojaban fósiles marinos. Imaginaba que el mar en el pasado llegaba hasta allí.

Otra vez, que vi los restos de una hoguera, pensé que se trataba de un lugar donde las brujas practicaban sus reuniones clandestinas o aquelarres. Cuantos sueños; mi imaginación ideaba artilugios fantásticos como José Arcadio Buendía, el patriarca de Cien años de soledad,  seducido con el hechizo de la fantasía de un mundo prodigioso.

En época de estudios también visitaba el barranco aprovechando la tranquilidad y el contacto con la naturaleza. Solía sentarme debajo de un almácigo, entre el alpende y el pajar abandonado, en un pequeño tramo de acera que utilizaba como banco. A la sombra de ese árbol pasaba horas leyendo.

Una vez me cogió la noche tocando la flauta, practicando la nota Do grave, y de pronto vi cómo se posaba una lechuza a escasos metros, quizás atraída por el sonido de la flauta. Cuanto me acercaba lentamente, levantó su vuelo silencioso, iluminado por la luz que proyectaban los focos del estadio de fútbol. Los días posteriores seguí tocando la flauta con la esperanza de que se repitiera el encuentro, pero no volvió a suceder.

Cuando me cansaba de estudiar, para estirar las piernas solía pasear o trepar al almácigo, llegué a coronar la copa en varias ocasiones.

También llegamos a construir un pequeño campo de fútbol en su cauce, tomando como base una porción de terreno allanado. Creo que había sido utilizado como pañol donde se acopiaban los racimos de plátanos. Lo agrandamos desbrozando el resto del terreno.

Fotos: A la izquierda: Detalle del lugar donde estaba el alpende y el almácigo del que sólo queda el tocón.

A la derecha: Foto que mi hermano me hizo en las inmediaciones de la gañanía de Samsó.

EL BARRANCO - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez