Historia de “mi” escalera.
Cuando tendría apenas dos años a mi hermano se le ocurrió meterme dentro de un saco de papas, cargarme a la espalda y comenzar a subir por las escaleras. Como estaba muy oscuro empecé a golpearle en la espalda y a intentar arañarlo con las uñas a través de la tela de arpillera. Reaccionó soltando el saco y bajé volteando escaleras abajo. Solo tuve un par de chichones que mi madre trató de quitarme presionando con el rabo de una cuchara; quizás eso fue lo más doloroso.
Pasado algunos años, me mandaron a bajarle un balde de la azotea, pero mi hermana subió corriendo y lo cogió ella. Siempre trataba de adelantarse y realizar las tareas que me encargaban a mí, mientras descuidaba las suyas. Iniciamos un forcejeo, y cuando mi madre le recriminó su actitud soltó el balde, justo en el momento que yo tomaba impulso para tirar del recipiente con todas mis fuerzas; salí volteando de nuevo escaleras abajo. A los pocos minutos estaba jugando otra vez, aunque en esta ocasión había caído de más alto.
Pero no hay dos sin tres, cuando bajaba por ella portando mi flamante camión grúa amarillo para jugar en la calle con mis amigos, se me cruzó el gato de mi abuela; negro por cierto. Para no pisarlo puse el pie en el vacío y caí volteando sobre el camión. Estuve ese día en cama con mareos y dolorido, pero nunca fui al médico.
Y es que la escalera estaba muy empinada; hasta las vacaciones de verano de 1978 no hubo dinero para sustituirla por otra de dos tramos.
Ah, se me olvidaba, el albañil nos construyó una de diseño, lo digo porque no tiene dos escalones que sean iguales.
Foto: Mis sobrinos sentados en mi escalera
Historia de mis escalera - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez