Las estaciones
El cambio entre estaciones en esta tierra no es muy perceptible cuando vives en una ciudad; pero en el campo se podían distinguir claramente por lo menos dos.
En verano, al refrescar la tarde, se producía una nube de mosquitos, debido a los estanques que rodeaban nuestras casas y al vertedero improvisado del solar de nuestros juegos.
El cielo se llenaba de aguilillas, en realidad eran vencejos que en vuelo rasante buscaban estos insectos. A veces venían acompañadas con una ligera llovizna. Decían que barruntaban lluvia. Nunca vi ninguna posarse, pero una vez conseguimos cazar una agitando en el aire una caña en un movimiento rápido de vaivén. Cuando se recuperó la soltamos, porque al tratarse de un ave insectívoro se nos moriría de hambre.
Otro signo de que había llegado el verano era el croar de las ranas en los estanques. Algunas noches especialmente calurosas era insoportable su sinfonía.
En cambio, el invierno se anunciaba por los numerosos charcos que las lluvias producían en la calle sin asfaltar. Algunos de ellos, a las pocas horas de formarse ya estaban llenos de ranas. Podría hacerte pensar que estas cayeran del cielo, pero ya se encargaron en la escuela te sacarnos de dudas. En realidad permanecían aletargadas y enterradas en épocas de sequía. Con las primeras lluvias se despertaban y salían de su escondite.
Una de esas ranas perseguida por la perra de José Manuel, se metió en el patio de su casa, y cuando se vio acorralada, le lanzó la lengua con todas sus fuerzas. La perra empezó a aullar y gemir rascándose el ojo. Ese día averigüé que era cierto lo que decían los mayores sobre el peligro de acercarse mucho a los ranos. José Manuel fue al botiquín y le echó el primer colirio que encontró. A las pocas horas, volví a ver a Violeta en la calle corriendo y ladrando detrás de las motos como de costumbre.
Los más pequeños hacían barcos de papel y los echaban a navegar en los charcos. Pero los mayores los hacían con la parte más gruesa de las pencas de palmeras. Esta parte era bastante ligera y se podía ahuecar y tallar con facilidad. Luego le montaban un pequeño motor fuera borda a pilas, y lo ataban con una tomiza para poderlo controlar dentro del agua al navegar.