Monitor de autoescuela aficionado

Al poco tiempo de comprarme el coche, mi hermana decidió sacarse el carnet de conducir; así que me ofrecí para que hiciese unas prácticas, yo sería su monitor. Como ya le hubiera dado algunas nociones a mi novia y no había salido mal del todo, ya me creía un experto. ¡Que atrevida es la ignorancia!

Conduje el coche hasta la montaña Pelada. Allí, tras una breve lección teórica, que consistió en decirle donde estaba el freno de mano y para lo que servía los tres pedales la vi puesta, bueno, por lo menos respondía afirmativamente cuando le preguntaba si entendía mis explicaciones.

Entonces dejé el coche con el contacto dado al inicio del tramo de recta asfaltado y nos intercambiamos de lugar. Le di las instrucciones para que arrancase suavemente y así lo hizo. Todo parecía ir bien, pero pronto nos quedamos sin carretera. Ya estábamos en la bifurcación donde debíamos elegir: O seguíamos hacia la machacadora, una carretera asfaltada pero cuesta abajo; o por el contrario íbamos hacia la subida al vertedero. Ante la posibilidad de que apareciese un camión cargado por la primera, opté por la de tierra que además tenía un apartadero donde podíamos dar la vuelta.

Realmente reinaba el optimismo. Le dije a Pepa que parase allí, que íbamos a cambiar de sentido. Ella estuvo de acuerdo e inició la maniobra. Tras algunos recortes y alguna calada, ya teníamos el coche enfilado para emprender el camino de regreso. Me froté las manos y le dije:

—¡Adelante!

Entonces, mi hermana, a la que le había transmitido el entusiasmo, aceleró. No sé cómo pasó, pero no atinó a dar la curva.

Llegado ese momento, ya me había olvidado de tener agarrado el freno de mano en previsión de lo que finalmente ocurrió. Empecé a gritar:

—¡Pepa frena! ¡Pepa frena!¡frenaaa!

Pero no frenó, y nos zumbamos por un terraplén, empotrando el coche en un monturrio de tierra.

Nuestra única preocupación era como sacar el coche de allí. Por suerte había un agricultor trabajando sus tierras, se acercó con un sacho, y acondicionó una salida. El mismo, se puso al volante y lo sacó marcha atrás, ya que esta marcha es más corta que la primera y también evitaba que el coche patinase.

¡Bendito sea Dios! Hasta en estas situaciones se aprende algo nuevo.

Ya con el coche otra vez en circulación emprendimos el camino a casa. En el trayecto de vuelta, mi hermana me confesó que al levantar el pie del acelerador se pasó de largo con los nervios y lo que realmente pisó fue el embrague.

Con razón mientras bajábamos por la montaña rusa le oía decir:

—¡No frena! ¡No frena!

A todo eso, la que realmente pagó los platos rotos fue mi novia porque a partir de ese día suspendí las prácticas también con ella.

Durante mucho tiempo, ir de copiloto era un suplicio, y más de una vez me sorprendí tenso, agarrado al sillón y golpeando el suelo del coche buscando el freno.

Foto: Mi hermana Pepa y yo, algo más jóvenes.

Monitor de autoescuela aficionado - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez